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Bafici 2024: últimas imágenes del naufragio

Fue una edición recortada en presupuesto como nunca antes y a la que le faltó de todo. Pero le sobró genuflexión ante la situación de la cultura argentina. También, sí, hubo cine.

Italpark
Italpark

Se trató de la más olvidable, opaca y triste versión del Bafici que hayamos presenciado. La 25ª edición del Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente a la que 10 días le quedaron enormes, desnudó el verdadero perfil de la gestión de Javier Porta Fouz al frente del certamen.

La posición genuflexa del festival como órgano de la cultura ante el ajuste y el asedio al cine argentino que representa el gobierno de Javier Milei no se ha visto nunca. El silencio del director del certamen, quien incluso salió a fustigar a quienes defendieron al cine argentino en festivales internacionales, marca una legitimación de la era ultraderechista que tuvo su claquetazo de acción el 10 de diciembre de 2023.

Porque el problema no es el silencio de Porta Fouz (un ex revista El Amante de la línea Quintín, siempre en la cresta del pensamiento reaccionario) sino el del festival ante el derrumbe que ya está ocurriendo.

Proyecciones que se realizaron como si nada pasara, realizadores que presentaron sus películas sin hacer mención al ataque al cine que representa la era Milei e incluso el silencio ante las autoridades del festival como si lo que sucede no fuera grave, marcaron la línea narrativa del Bafici 2024, aunque hubo matices.

Las referencias que se hicieron a la situación del INCAA en numerosas funciones fueron un bálsamo ante la ignominia del certamen. En el medio, la amenaza latente de un cierre del Gaumont fue protagonista omnisciente de las jornadas. 

Con semejante contexto, sin embargo, se pudo ver algo de buen cine. Aquí algunos (otros) apuntes de lo visto en días de un Bafici en crisis.

París, Texas
París, Texas

Entre los films que rescató el festival este año se destacaron por lejos los hitazos After Hours (Martin Scorsese, 1985, exhibida en 35 mm), París, Texas (Wim Wenders, 1984) y The Taking of Pelham One, Two, Three (Joseph Sargent, 1974). También, en una liga de segundo orden, se pudo ver la comedia Office Space (del creador de Beavis and Butthead, Mike Judge, 1999).

De lo nuevo y bueno se destacó, entre otras opciones, además de lo ya comentado en este espacio, la argentina Imprenteros (Lorena Vega y Gonzalo Javier Zapico), que formó parte de la Competencia Argentina y se alzó con el Premio del Público con su relato sobre una imprenta que atravesó los años, las crisis, derivó en una obra de teatro y, pandemia mediante, en un libro que ahora también es imagen y sonido.

Imprenteros
Imprenteros

Hubo altibajos también. Uno de ellos fue My Swiss Army (Luka Popadic), trabajo más atractivo en su sinopsis que en su realización. El film fue presentado en el Bafici por el director del festival, Javier Porta Fouz, quien al momento de su alocución en la sala de proyección (junto al director, invitado a la muestra) se deshizo en referencias al momento en que vio la película en un festival europeo. 

Entre lo peorcito de los días de festival se ubicó la cinta colombiana El día es largo y oscuro (Julio Hernández Cordón), montada sobre la leyenda del vampirismo para contar una historia en la que tienen más relieve los metamensajes freudianos (un padre que transita su vampirismo mientras se refriega cuasi desnudo ante su hija adolescente, entre otros guiños neblinosos) que los méritos narrativos. El film se pierde en su forma rudimentaria de contar y no hay colmillo que valga. A modo de bonus track vale el dato de que el realizador acumula denuncias por violencia de género, hechos que lo dejaron afuera de numerosos festivales. No así del Bafici.

El día es largo y oscuro
El día es largo y oscuro

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Por último cabe la mención a Italpark (Juan Carlos Domínguez), documental sobre aquel ícono del entretenimiento porteño que fue un enclave de Buenos Aires desde la década del 60 hasta 1990, cuando a causa de un accidente fatal cerró sus puertas para siempre.

El punto en contra que presenta Italpark se asemeja al que hizo carne el Bafici este año: se trató de una marca que convocó por su historia. Los recuerdos que el parque de diversiones de Libertador y Callao dejó en quienes se acercaron a las salas del festival se revitalizaron con las imágenes y la añoranza que mostraban los testimonios ante cámara. El problema, sin embargo, aparece rápido en pantalla, a poco de comenzar, cuando se repiten testimonios nostálgicos ("lo mejor que me pasó en la vida"; "cómo no recordarlo", "era tan feliz ahí"), que se acumulan sin que pareciera haber filtro o criterio más allá del amontonamiento. Lo mismo sucede con la estructura formal del documental, elemental en su montaje, con una narrativa tosca como la de los trabajos que se hacían hace 20 o 30 años para la televisión por cable.

Quizá, de la misma manera que opera un documental fallido sobre el tiempo pasado, el Bafici haya tenido su justificación, en un año atroz para la cultura argentina y el cine nacional en particular, en ese recuerdo que, como los parques de diversiones ya cerrados y sepultados en el tiempo, nos traen chispazos de aquello que tuvo lustre y hoy ya no lo tiene. Aquello que alguna vez representó algo de la dinámica de ser felices y hoy es apenas un estertor gastado, el recuerdo de haber sido y el dolor de ya no ser.



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