Por Andrés Manrique
El no muy saludable imaginario: emoción y risa en abundancia
¿Son cantantes? ¿Son performers de un Moulin Rouge latino? ¿Son supermujeres? No, son Maruja Bustamante y Mariela Asensio en un viaje al interior de sus manías.
26 de octubre de 2021 - 18:48
Los aforos se han abierto al cien por cien y el hermoso Galpón de Guevara está lleno. Lo que hasta hace algunos meses parecía un sueño lejano, ahora vuelve a suceder y dan ganas de pararse para aplaudir mirando a todos los espectadores. El virus nos pasó por la cara el hecho de que no hay garantías de ninguna índole: ni edad, ni ejercicios, ni género, ni clase, ni dinero: todo ha puesto en juego. Estar vivos ya no es una obviedad. Vivimos de nuevo, un poco, como al principio del tiempo, sin garantías. Cada cual ha resistido como pudo, más o menos solo, dentro de las restricciones necesarias tomadas por el bien de la salud pública. Por eso ahora, encontrarse bajo un mismo techo, respirando entre desconocidos, es un festejo.
La voz de Maruja Bustamante sale de los parlantes para avisar que está atrasada pero que ya está llegando. Entre otras cosas, le pide al público que por favor no se saque el barbijo ni se lo baje en ningún momento de la función. En escena, ya está Mariela Asensio de punta en blanco, esperando a su colega, compañera y amiga. Hacía veinte años se habían prometido hacer algo juntas, y esperar dio sus frutos.
De principio a fin, entre ellas, hay un juego de opuestos entre el pensamiento casi mágico de Maruja y el más racional-instrumental de Mariela. En clave irónica, barroca y latina, las dos actrices y directoras se suben a podios psicodélicos para hablar de sus no tan pequeños infiernos. El discurso va enhebrando situaciones de crisis en las cuales se sintieron empujadas a una búsqueda que no habrían realizado si esas alarmas no se hubieran encendido. Los contrapuntos, producto directo de sus respectivas psiquis, se hamacan entre el hallazgo y el fracaso de las soluciones, en medio de una sociedad que quiere resolver los dilemas con los resultados inmediatos de saberes más o menos rigurosos.
El trabajo a dos voces va iluminando distintos puntos en los que tesis y antítesis logran una síntesis en la que no queda otra que involucrarse: las instancias de reconocimiento e identificación para el espectador son pródigas. La casa oscura sueña con salir al sol a tomar aire.
Entre ellas, todo pareciera diferenciarlas. Una necesita el control absoluto; la otra necesita algo para salir del pozo. Una no puede parar de hacer, la otra no se anima a asomar; una chequea siete veces que el gas esté cerrado, la otra podría dejarse las llaves del lado de afuera y tragarse la puerta. Sin embargo, o a propósito de estas diferencias, algo las hermana. Reunidas en la dificultad de poder estar bien, el espejo las integra en un reflejo del padecimiento que subvierten mediante el humor construido con una exageración explotada.
Cada trapito sucio que ponen en escena va cosiendo la cuerda floja por la cual cruzan del patetismo al humor con una fuerza que las equilibra. Por la cuerda, haciendo malabares con la locura, avanzan. Los frascos de pastillas y soluciones de salud mágica las esperan como un pantano donde el hambre de los cocodrilos acecha. Pero ellas no escapan, no miran para otro lado; se observan, se levantan las cascaritas, desmenuzan la herida, se lamen la sangre. El desequilibrio no merma, no hay cura, no hay respuestas definitivas ni soluciones fáciles.
Cuando se trabaja en la autoficción, separar experiencia de ficción es una tarea contranatura. No hay dato ni gesto de la vida que no sea capturado para la construcción del relato. Maruja y Mariela (así se llaman en escena) reponen fragmentos de sus conversaciones y de su intimidad en una obra que muerde los costados más vulnerables de las dos, y todo se magnifica. Los cocodrilos siguen hambrientos. Contar no se sabe hasta dónde cura, pero al menos les permite sostenerse sobre el pantano.
Los puntos de contraste juegan en una escalada de intensidad que los números musicales van a matizar, comentar, reforzar y complementar. Sorprenden con el manejo rítmico que las dos tienen para entonar las canciones que van de cumbias a traps, pasando por otros ritmos urbanos. La intensidad no disminuye en ningún momento, el trabajo con el dispositivo multimedia en escena es un riesgo que corren como si se metieran en el consultorio, en esos instantes jodidos previos al parte médico. Emoción + risa = teatro.
"Un show documental sobre la salud mental" es el subtítulo en forma de verso que, con un diseño de luces fascinante, ilumina Matías Sendón. Escenografía, coreografía y dirección más un vestuario exquisito acompañan las señas de este show multimedia que habrá que ir a ver más de una vez para poder disfrutar a fondo.
LA CASA OSCURA. Un show documental sobre la salud mental. puede verse todos los viernes a las 21 en el Galpón de Guevara (Guevara 326).
Duración: 65 minutos
FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Dramaturgia: Mariela Asensio, Maruja Bustamante
Actúan: Mariela Asensio, Maruja Bustamante
Escenografía: Giuliano Benedetti
Iluminación: Matías Sendón
Diseño Audiovisual: Melisa Fabbretti
Música original: Valentino Alonso
Diseño gráfico: Melisa Fabbretti
Asistencia de dirección: Melina Cruz
Prensa: Marcos Mutuverría
Producción ejecutiva: Sabrina Rado, Antonella Schiavoni
Coreografía: Bianca Loponte, Matías Napp
Dirección: Paola Luttini