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"Decime Julián": ¿Cómo acompañar la transición de género de les hijes?

“Una mamá cuenta cómo acompañó la transición de su hijo” es el subtítulo de este libro, una bitácora que puede servir de apoyo a madres y padres de infancias trans. ¿Acompañarías a tu hije? ¿A qué se debe el duelo que atraviesa la familia cuando un nene transiciona?

Portada de
Portada de "Decime Julián", de Penguin Random House.

Decime Julián, de Julia Álvarez Dachdje, es un relato sencillo en primera persona que interpela a madres y padres de niñeces trans compartiendo su propia experiencia y su papel en la transición de su hijo. Se trata de una lectura ligera, por su escritura y su longitud, editada por Aguilar, un sello de Penguin Random House.

¿Qué harías si un día tu hije llega de la escuela y te plantea que el género con el que ha habitado toda su vida no es el sentido, no es el suyo? Con ese dilema se topa Julia, frente a una niña de 9 años que le anuncia su descubrimiento: Ana Clara no es Ana Clara, sino que es Julián, y quiere vestir ropa acorde a su género percibido, cambiar su nombre y quebrar los esquemas impuestos nada más nacer. Porque Julián no eligió nada de todo eso, sino que la sociedad se lo encajó todo y hasta decidió su futuro sin preguntarle su opinión. ¿Acompañarías entonces su decisión de ser libre? ¿Te despedirías de tus expectativas y abrazarías ese nuevo camino, plagado de incertidumbre y miedos, pero también de mucha alegría, confort y autodescubrimiento? ¿Lo harías, en nombre del amor profesado a tu hijo?

Con esas preguntas y un millón más en la cabeza, Julia decidió embarcarse en un mundo totalmente desconocido para ella: se contactó con muchos otros padres y madres con infancias trans y escribió este libro, que es una especie de bitácora que aspira a ser una guía para otres.

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Si hay algo que hay que concederle a Julia, es que abrazó a su hijo desde el primer momento, aún sin saber de qué se trataba. Validó su identidad sin importarle la reticencia del padre a aceptar que lo que siente su hijo es real, y soportando la presión de los comentarios ajenos.

El paralelo con el relato de Gabriela Mansilla

Todos recordamos a Luana, “la primera nena trans de la Argentina” y la más joven del mundo en modificar el género en su documento de identidad. También recordamos el alboroto en los paneles de TV, los cuestionamientos a Gabriela -su mamá-, la vuelta en vigencia de los discursos de odio. Como si una nena no pudiera ser travesti o transgénero, como si no supiera quién es y como si hubiera que enseñarle qué sí y qué no puede ser. Adultocentrismo y retroceso en todo su esplendor. Recordemos: se han dicho barbaridades y se patologizó la identidad de Luana sin dimensionar que afectaría a ella misma, que por entonces tendría 5 o 6 años, y a toda su familia.

Sin embargo, hay una diferencia entre Gabriela y Julia, más allá de que las transiciones requieran diferentes pasos entre un varoncito y una nena trans: la época en que se inscribe. Gabriela también escribió un libro -dos, de hecho- sobre la transición de su hija. Fue pionera, precursora, y una activista incansable por los derechos de las niñeces trans. Las páginas de Yo nena, yo princesa, exponen un dolor desgarrador y una violencia social e institucional sin límites hacia Luana y su madre. Gabriela ha tenido que poner el pecho en instituciones educativas, culturales, en el registro civil, en los hospitales, en los espacios de ocio, en todas partes. La respuesta fue, a menudo, descrédito y negativas. En definitiva, allanó el camino para que los próximos padres y madres pudieran tenerla más fácil.

A diferencia de Gabriela, la madre de Julián no ha tenido que cargar con todos esos obstáculos y discursos -en gran medida, puesto que en el presente este tipo de daños no se ha extinto-. Su dolor es igual de válido, por supuesto, pero las cosas han evolucionado mucho y se vuelve indispensable aclarar algo que no aparece en ninguna parte del libro:

transicionar no es doloroso, ni traumático, ni un peso para las familias en sí mismo.

El duelo que viven padres y madres es real y esperable, pero se olvida lo más importante; mencionar que no es necesario y que se debe a las ideas preconcebidas de la cultura del género. Solo así las transiciones futuras no tendrán que ser un sufrimiento, si se localiza su origen y se desmontan los mitos.

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Ubicar que la identidad de los hijos ya está forjada desde antes de nacer y atada indisolublemente al género, por una razón cultural y no natural ni biológica, podrá sacarle el gran peso de los hombros a los padres de infancias trans y también de infancias cis -que significa no trans-, porque implica desmontar los estereotipos de género y lo que se espera de un niño o una niña.

El género lo atraviesa todo, y recién cuando una familia tiene entre sus integrantes a una persona trans, puede comprenderlo. Pero no tiene que ser así, y si lo entendemos todes, ya no será un obstáculo y no habrá frenos para que una criatura, una adolescencia, un adulto o un anciano puedan ser libres.



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