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La violencia que el ojo popular y una parte del periodismo elige contar

El pueblo supo hablar en paredes, se armó alguna vez con mimeógrafos, respira y grita hoy desde un teléfono celular o la pantalla de una computadora. Cambia la herramienta, permanece el uso: eso que está pasando hay que difundirlo.

Imagen captura de video
Imagen captura de video

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero tampoco hay mejor observador que el que realmente desea mirar. La palabra, si escudo y espada, es también espejo. El ojo popular supo hablar en paredes, se armó alguna vez con mimeógrafos, respira y grita hoy desde un teléfono celular o la pantalla de una computadora. Cambia la herramienta, permanece el uso: eso que está pasando hay que difundirlo.

Un efectivo de la Policía Metropolitana empuja y patea a un chico de 15 años en un pasillo de la línea C del subterráneo. El "multiple choice" de la represión tilda el caso del joven en varios casilleros: "¿pobre?", sí, "andrajoso", sí, "inmigrante de África, Bolivia o Jujuy (negros todos, ¿viste?)", sí, "¿peligroso?", tal vez.

Un grupo de personas empieza a filmar la escena. Algunos pasan sin detenerse, pero varios se quedan. Registran. Y se involucran. Reproches sociales, morales y cívicos se lanzan sobre el uniformado. Surgen argumentos comprobables. Que el chico se estaba refugiando de la lluvia, que no había cometido delito, que si otra persona cualquiera hubiera estado allí escapando también del aguacero no hubiese sido intimidada. "Si estuviera yo, que soy rubia, seguís de largo", graficó una mujer. Dos actitudes del policía vienen a corroborar un modus operandi que no debe dejar de resaltarse: indican que no se puede filmar, piden documentos a quien obtiene las imágenes. Dato de color (azul a cuadritos blancos): el policía no estaba identificado.

Una estación de servicio en el norte del conurbano. Una discusión de tránsito entre un trabajador y un miembro del COT (Centro de Operaciones Tigre) termina con el agente de seguridad tomando del cuello a su víctima, que sangra por varios rincones de su cara. Otro trabajador interviene. "No es un chorro, es un laburante, lo molieron a golpes", denuncia cuando llegan refuerzos a esposar al hombre en el piso. Alguien filma. Y, otra vez, lo amenazan para que deje de hacerlo. Ese registro permitió identificar al uniformado. Es el ex policía bonaerense Héctor Sosa, condenado por "exceso de legítima defensa" a dos años de cárcel, sospechado de haber asesinado a dos jóvenes en un "enfrentamiento". Una de las víctimas tenía cinco tiros por la espalda. Ahora, recién ahora, las autoridades municipales prometen revisar su legajo.

El ataque a Tiempo Argentino y Radio América. La (jamás comprobada judicialmente) agresión al presidente Macri en Mar del Plata. El helicóptero tuneado presentado como nuevo por el gobierno porteño. El hombre obligado a bajarse del tren por tener un cartel con consignas contra el oficialismo. Y hay más casos, de diverso impacto y trascendencia. Decenas de testimonios captados por el ojo popular no reemplazan al periodismo honesto, lo auxilian. Ambos se necesitan, buscan lo mismo. Ya habrá momento para debates, catarsis, ejercicios de resistencia y otras prácticas de participación. Pero si no sabemos, no somos. Podemos construir colectivamente en un doble click. Y en una triple consigna: contar, contar, contar. 



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