SOCIEDAD | cuello | femicidio | fiscal | justicia | laura | laura iglesias | manuel | miramar | offidani

El femicidio de Laura Iglesias y una lucha contra el tiempo por justicia

Laura Iglesias era trabajadora social. Fue violada y asesinada. Hay un solo condenado pero las pruebas evidencian la participación de más personas con la complicidad policial y judicial. Su familia todavía reclama Justicia en medio de la urgencia: en menos de dos años prescribe la causa. Su hermano Manuel habló con Infonews.

Manuel, Laura y Alicia Iglesias
Manuel, Laura y Alicia Iglesias

Laura Iglesias era trabajadora social. Se desempeñaba en el Patronato de Liberados en Miramar. Trabajaba arduamente. Era energía, inquietud, hermana, compañera, vecina, madre. Era. Su vida fue arrebatada un 29 de mayo de 2013, abusada sexualmente y estrangulada con un cordón en el Parque Bristol. Su femicidio tuvo un único acusado y muchas pistas de sospechosos. De muchas maneras, el crimen de Laura aún permanece bajo un manto inquebrantable de impunidad judicial. La causa prescribe en menos de dos años y su familia agotó casi todos los recursos.

Manuel Iglesias, hermano de Laura, es uno de los familiares que se puso al hombro la causa desde el día que la asesinaron y habló con Infonews sobre todas las irregularidades explícitas, los agujeros en el camino y los obstáculos que la Justicia les interpuso. “Para mí es muy complicado porque yo por momentos desconfío de todo el mundo. Quien viene a darme una mano no sé si lo hace para indagarme o para ayudarme de verdad. El último abogado que tuve, César Sivo, es el que estaba en la APDH de Mar del Plata. Hace poco me entero que es el que va a defender a Juan Pablo Offidani, uno de los acusados por el femicidio de Lucía Pérez. Entonces fue expulsado de la organización y ya no sé en quién confiar”, relata a Infonews.

Manuel hace un repaso cercano de casos de femicidios en manos de la Justicia y sus entramados y se pregunta una y otra vez “¿cómo puede ser?”

En medio del relato nos interrumpe un perro, Manuel le tira una pelotita y mientras la va a buscar sigue hablando.

De a ratos ríe con la mirada nostálgica mientras rememora el caso de su hermana: las chicanas de la Justicia, lxs fiscales que fueron tomando el caso y desestimaron todo avance que permitiera concluir con una investigación exhaustiva, las pistas evidentes que, a los ojos de cualquiera, indicarían la participación de más personas en la violación y el femicidio de Laura pero que, sin embargo, no fueron tenidas en cuenta.

Y es que, en retrospectiva, hay indicios que ni la Justicia ni mucho menos la Policía quiso desenmarañar.

Un condenado y muchas dudas

Hace seis años y medio, en junio de 2015, Esteban Cuello fue condenado a 25 años de prisión por el femicidio de Laura. La investigación del caso se cerró de manera muy rápida, sin muchos rodeos o mejor dicho, sin tomar en cuenta los aspectos que tanto familiares como compañerxs de trabajo de Laura presentaron ante la Justicia para profundizar en la investigación.

Una década después del femicidio de Natalia Melmann (el 4 de febrero de 2001), por cuyo crimen fueron condenados los policías Oscar Echenique, Ricardo Anselmini y Ricardo Suárez, una compañera de Laura se encargaba de supervisar el cumplimiento de la prisión domiciliaria de uno de ellos, y al no encontrarlo en su casa, cumplió con su trabajo y lo informó.

Pasó el tiempo, pasaron años de ese aviso. El mismo día del asesinato de Laura, esos efectivos hacían salidas transitorias. Es una casualidad o una cercanía que jamás fue tenida en cuenta por la Justicia.

Destratos judiciales

“El fiscal general del caso, que estuvo en la causa había sido policía. Es Fabian Fernández Garello. La Comisión por la Memoria lo tiene denunciado por haber ‘chupado’ gente durante la dictadura”, cuenta Manuel y recuerda que cuando vivía en la localidad bonaerense de Hurlingham, este fiscal lo convocó para que se presente de un día para el otro a las 10 am en Mar del Plata. Algo que era casi inviable pero Manuel logró ir de urgencia.

Ahí recuerda que el fiscal lo recibió y se burló al ver que Manuel llevaba consigo una carpeta con papeles, entonces le extendió la mano para saludarlo y fue al hueso: “Yo no quiero perder más mi tiempo”, le dijo Manuel y se fue.

Entre paso y paso y pocos avances, la causa pasó a manos de la fiscal Ana María Caro: “Cuando me entero que va a pasar la causa a una fiscal mujer no sabes la alegría que tuve”, manifiesta Manuel, que pensó que “por una cuestión de género, empatía y sororidad” tendría más interés en la causa de Laura. Eso no sucedió, “fue más de lo mismo”.

El problema entonces no es el cansancio y el desgaste de la lucha enceguecida. Manuel, aunque cansado, tiene fuerzas para rato. El problema es que la causa vence en menos de dos años y cada puerta de investigación que llevaría a concretar con más responsables del femicidio le fueron cerradas en la cara.

“Muchas noches por ahí me despierto y pienso en detalles en los que me doy cuenta de algo nuevo, a veces tengo la sensación de que Laura desde arriba me manda alguna señal”. Manuel se rompe y su voz como un suspiro pronuncia: “Cada vez estoy haciéndome más a la idea de que va a quedar así la causa, solamente Cuello preso, y se va a cerrar así. No es que voy a bajar los brazos pero me está pareciendo que no lo voy a lograr”.

Y ahí mismo frena: “Pero mi lucha va a seguir por otro lado. Laura me llevó a conectarme con mucha gente, con otras cosas para que en lo posible no haya muchas Lauras. Orientar, ayudar, encontrarle un sentido a todo esto. El Ni Una Menos es eso”, reflexiona.

Mientras cuenta todo el recorrido de su búsqueda de justicia, Manuel también recuerda nombres y apellidos de referentes políticxs a quienes les llevó documentaciones, volantes, pidió reuniones, le tomaron sus datos, le prometieron llamarlo, pero nunca se comunicaron. “Hubo mucha gente con la que tuve un contacto inicial pero ahí quedó”.

Un repaso, algunos apuntes de lo que sucedió después del femicidio de Laura Iglesias en torno a la “investigación” inundan de rabia el deseo de justicia y la irregularidad trasciende lo evidente:

  • Uno de los fiscales que estuvo en la causa en los comienzos, Rodolfo Moure, brindó un reportaje a periodistas que se acercaron al lugar del crimen. Allí asegura que Laura fue encontrada vestida, por lo que deslizó así sin más, que no había sido abusada sexualmente, y aclaró que de haberlo sido, fue en otro lugar.

 

  • Moure decidió que no era necesario peritar la computadora de Laura. Hasta el día de hoy, nunca se investigó ese elemento, así como tampoco permitió peritar el abrigo de Laura. Manuel recuerda que a criterio del fiscal, ese abrigo “tenía manchas compatibles con las de semen aduciendo que había ‘sobreabundancia’ de pruebas en contra del detenido (Cuello) y que de aparecer un perfil genético diferente, eso aportaría confusión a la causa, y también expresó que Laura pudo haber tenido relaciones consentidas”.
     
  • En el parte policial se indica que hay videos y fotos del cuerpo en la escena del crimen. Y si bien lxs familiares de Laura pudieron ver las fotos, cuando quisieron ver también los videos, les informaron que no existían.
     
  • Un periodista del diario La Nación de Mar del Plata relató cómo fue encontrada Laura y aseguró que sobre el pecho tenía una plancha de stickers (que eran para su nieta) pero jamás aparecieron en los informes. Esos stickers podrían haber contenido huellas, pero además, desestimaron el posible testimonio del reportero.
     
  • Laura recibió un golpazo con un elemento en la frente, el cual jamás fue buscado.

 

  • Siete días después del femicidio, Alicia, la otra hermana de Laura, recibió una llamada desde el celular que pertenecía a Laura. Otro suceso que jamás se investigó.

 

Una pista, la última esperanza

Manuel tiene un último cartucho que la Justicia podría investigar. “Ahora estoy tomando la única soga que tengo y recuerdo una vecina de Laura, de Miramar, con la que se hicieron rápidamente amigas. El 29 de mayo cuando Laura sale de su casa a un curso en representación del Patronato tenía que devolver una procesadora que le había prestado una vecina, entonces no toma el camino de siempre. El día anterior había llovido mucho, ella vivía en calle de tierra, toma un camino desconocido y se le queda encajado el auto. Para que se vea un poco quién era Laura, dejó su auto encajado, volvió a la casa y le pidió a una vecina que la lleve al curso. Después, cuando termina el curso, en vez de ir a buscar su auto va a ver a un tutelado, después de ahí recién fue a buscar su auto. Estaban de paro y ella adhería siempre, pero igual trabajó. Fue delegada de ATE. Todas esas cosas hablan de la persona”.

“Lo que ella sabía -evalúa Manuel- es que algunos de sus tutelados eran “apretados por la Policía” para que trabajen para ellos, con lo cual Laura le habrá planteado que de ser así, haría la denuncia correspondiente. Entonces, a partir de ahí, pueden haberla tenido en la mira”.

Manuel hace un silencio espeso, se le desvanece la voz y vuelve a llorar.

Manuel Iglesias
Foto: Rocío Bao
Manuel Iglesias Foto: Rocío Bao

Entonces, llega -entre el recuerdo- la última posible pista que merece de la A a la Z el relato completo de Manuel: “Una vez que encontraron el cuerpo, un policía de la guardia urbana (local) va a la casa de esta abogada (la amiga y vecina de Laura) y le dice: ‘Yo pasé varias veces por el lugar y el cuerpo ahí no estaba’, entonces yo le pregunté cómo es, cómo se llama, y lo único que sabía ella es que se llamaba Jesús y que al poco tiempo se volvió a mudar. Entonces empiezo a averiguar por todos lados y lo contacto por Facebook, se llama Jesús Roldán. Le escribo y le digo que la abogada (amiga de Laura) me había comentado que vos pasaste por el lugar y que el cuerpo ahí no estaba, y necesito que lo vayas a declarar a la fiscalía. Y el sumamente respetuoso me dijo que debía consultarlo con sus superiores. Nunca más me contactó.

Al principio, cuando le comentamos a la fiscal, ella nos cuestionó si nosotros le creíamos a la abogada, nos dijo que una vez le habían dejado un sobre con plata. Con el correr del tiempo, nos dimos cuenta que la que mentía era la fiscal y ahí nos cuestionamos si no nos mintió también con lo que nos dijo de la abogada.

Un día tomo coraje y llamo a la amiga de Laura y me dice ‘no, si yo nunca fui abogada de oficio’”.

Efectivamente, la fiscal les había mentido. Lo corroboró porque con el correr del tiempo se hizo amigo de una persona que trabaja en un juzgado con acceso a chequear datos, con lo cual, llegó la hora de la verdad o al menos, de desenmascarar una mentira: Manuel le preguntó a su amiga si la abogada había sido de oficio. No lo era. La fiscal les había mentido. ¿Qué quería ocultar?

Manuel entonces apunta a agarrarse de “esa última soga”, para seguir combatiendo en medio de una justicia irrespetuosa, cómplice y machista, y una Policía que mata y silencia con impunidad.



Dejá tu comentario